Por Álvaro Leyton – Hernández, académico de la carrera de Enfermería de la U.Central Región Coquimbo y miembro SOCHISMAD, Sociedad Chilena de Salud en Masculinidades Diversas.
El movimiento feminista ha adquirido especial relevancia en América Latina a partir de diversos procesos sociales. En Chile, el estallido social fue protagonizado en gran parte por los grupos feministas, exigiendo igualdad social y de género.
Desde ahí es posible trazar una ruta de tensión sobre lo establecido, sobre las diversas manifestaciones sociales del poder, el ejercicio de las formas de violencia y, lo que es fundamental, la forma de convivir en esta sociedad diversa.
Desde esta perspectiva, se ha instalado el 8 de marzo -8M- como una instancia de conmemoración; un espacio de reflexión y de repensar nuestro rol en la sociedad. Por lo tanto, es perfectamente comprensible la asistencia de miles de mujeres a lo largo del país a las congregaciones entorno a esta fecha, pero no queda tan claro cuál debería ser el rol de los hombres en esta conmemoración.
Por otro lado, una de las ideas fuerza de las reclamaciones guarda relación con el protagonismo social que el patriarcado atribuye de forma casi natural a los hombres, por lo que preguntarse si precisamente son los hombres los encargados de definir este rol hace pensar inmediatamente que se está dejando de lado a las verdaderas protagonistas de esta conmemoración, que son las mujeres.
¿Qué opinan las mujeres? Diversas activistas, tanto del mundo social como académico coinciden en que más allá de definir si los hombres son bienvenidos o no en una marcha, existe la necesidad de repensar si es posible que participen en el feminismo. ¿Puede un hombre considerarse feminista? ¿existe un espacio dentro de la inquietud del movimiento? ¿Son efectivamente necesarios, entendiendo que también son parte del problema? ¿Es la lucha feminista, una lucha de mujeres?
Dentro del mismo movimiento feminista existen posturas acerca de estos puntos. Para unas, es imposible concebir un cambio social sin la participación de los hombres, y para otras fracciones separatistas entienden que las únicas que pueden acogerse en esto son las mujeres.
Un punto de coincidencia, es el protagonismo que se otorga. En el caso de una marcha o manifestación, el rol de los hombres es el de acompañar, el de escuchar las demandas y jamás poner por delante las propias posturas o inquietudes, sino que contribuir a un movimiento que va más allá de los conceptos personales, incluso más allá de ellos mismos.
También es importante reconocer el propio lugar en la lucha y en el mundo, especialmente desde la perspectiva de privilegios, y validar también el rechazo al macho en la misma instancia, entendiendo que una víctima de violencia tiene todo el derecho a expresar este repudio abiertamente.
De esta forma, se hace necesario replantearse las preguntas acerca de la participación en esta conmemoración, ya que quizás como hombres sería mayor el aporte al feminismo en un contexto de lo cotidiano, principalmente cambiando actitudes que afectan al otro género en el día a día.
Cuestionarse de qué maneras se reproducen las diferentes formas de violencia de género y la forma en que actuamos –o no- ante ésta; romper la complicidad machista, la cual guarda relación con el acuerdo tácito entre hombres respecto de las formas de violencia y de opresión.
Reflexionar sobre esto se transforma entonces en un imperativo ético, para así dejar de cuestionarse si vas o no a la marcha, y comenzar a decirle a su amigo que pague la pensión de alimentos o que deje de hostigar a su ex.